Pronto tuvimos que irnos, la cena terminó en pelea. Los reclamos llevaron a los golpes y los golpes devinieron en amenazas de muerte; la familia es un monstruo de mil cabezas que chilla como cerdo en el matadero.
A las doce de la noche llegaron los abrazos, buenos deseos y todas esas patrañas decembrinas, pero dos horas después habían sido olvidados los apapachos, el alcohol sólo agudiza la estulticia que ya viene de suyo en el ser humano. Como la película mexicana enseña: nadie como tus parientes para darte en la madre.
De regreso a casa, al pasar por la avenida principal, vimos a una mujer caminando en medio de la calle, arrastraba una maleta y también los pies, el frío era intenso, la chica sólo traía puesta una blusa negra de tirantes, el llanto había formado unos surcos negros en sus cachetes, maquillaje barato; el taxista que nos llevaba le ofreció, amablemente, un suéter, a lo que ella respondió con "yo lo quiero mucho, ¡lo amo tanto!", y se alejó de nosotros con la tristeza en maleta.
Seguimos. Casi en la esquina de la cuadra donde vivimos una pareja con su niña le hizo la parada al taxi, otra vez el chófer demostró su espíritu navideño y acercó el vehículo para informarle al "pater familias" que sólo iba "adelantito", que no tardaría. El señor enfureció, venía ebrio, y le gritó a la madre que en ese momento abrazaba a la pequeña, a mi entender le servía de escudo, "¡algo tenía que salir mal, siempre es tu culpa, ahora ni nos podemos ir, idiota!". Nos quedamos mudos y continuamos.
Al llegar a la casa, el conductor, que había demostrado su nobleza dos veces, reflexionó al respecto: "Así se ponen en estas fechas, mañana temprano se les olvidará, que tengan feliz navidad". Le pagué los sesenta pesos acordados, antes de abrir la puerta de mi casa recordé que ya era mañana.
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