Existe una suerte de estigmatización territorial muy chabacana que trasciende generaciones: los de Monterrey son avaros; cuídale las manos a los chilangos; seguro es narco, nació en Culiacán; no hay nadie más grosero que los jarochos ni más mojigato que los de Guanajuato, "vamos a Cotija que son buenos cristianos y por no perder la sangre se casan primos hermanos", por mencionar sólo algunos ejemplos de esta clasificación peyorativa.
Estas singularidades resaltadas forman parte de anécdotas que intentan demostrar lo acertado del dicho en cuestión. En la narración la exageración tiene el papel principal, mofarse de las desventuras de los habitantes de tal o cual lugar, definir con esto la idiosincrasia local, se ridiculiza al extremo el error del prójimo; los enemigos de los aludidos, generalmente los pueblos vecinos, se encargan de difundir las historias en donde la estupidez, la maldad, la manía y la necedad tienen el papel principal: "Pulgas, lujo y miseria, bienvenidos a Morelia".
Imposible desmentir tales afrentas al carácter de la región señalada, la barda de los años impide mirar la verdad. ¿Quién puede asegurar que Alejandro se paró frente a Diógenes y que éste le pidió que no le hiciera sombra como escribe el otro Diógenes, pero Laercio? ¿Cómo verificar la altura del hoyo donde cayó Tales?
Alfonso de Alba escribió "El alcalde de Lagos y otras consejas", libro que versa sobre "las características privativas" que le atribuyen a los habitantes de Lagos de Moreno, Jalisco, tierra de Mariano Azuela y Pedro Moreno, insurgente que fue abatido en paños menores. Este texto apareció por primera vez en 1957 y su autor explica en la Introducción que concibió la idea del mismo después de leer "Vidas imaginarias" de Marcel Schwob.
"El alcalde de Lagos y otras consejas" está divido en dos partes, la primera contiene los cuentos irónicos en donde Diego Romero triunfa como comediante involuntario. La segunda sección de este libro rastrea el origen y causas de las consejas y analiza uno por uno los escenarios de las mismas, saca sus conclusiones: "Y si bien es cierto que el resentimiento de pueblos circunvecinos engendró la costumbre de atribuir anécdotas, consejas, 'alcaldadas', a los habitantes de Lagos, también es cierto que el tener que padecerlas trajo consigo a los laguenses un pernicioso complejo de inferioridad".
El alcalde Diego Romero mete la cabeza en la pila del agua bendita porque su condición política así lo demanda, no le basta una santiguada; para quitar un nopal de la torre de la parroquia manda construir un andamio y luego sube en él a un buey que devorará la cactácea; este mismo templo es muy castigado por el sol que llega a gran parte del interior, el señor Romero pide a los habitantes de Lagos que empujen la mole unos metros y así evitar al astro rey, las beatas tienen una mejor idea, sacar el sol con chiquihuites. En y para fin: "No te vaya a suceder lo que al alcalde de Lagos".
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