José Juan Tablada, poeta de gran calado, escribió a propósito de los limpiabotas, en la antología general “De Coyoacán a la Quinta Avenida” se lee lo siguiente: “Bolero, según el diccionario, es todo lo que sigue: Novillero, el que hace novillos o se huye. Escarabajo, que hace bolas donde mete los huevos. Persona que por oficio baila el bolero. Aire popular español cantable y bailable. Chaquetilla de señora. En Uruguay, caballo delantero. En Honduras, sombrero de copa. En el Perú, boliche. En Colombia, faralá. En México, limpiabotas. El bolero es, pues, el que menos debe abogar por una sociedad sin clases, por la sencilla razón de que hay muchas clases de boleros!”.
Las plazas y sus boleros, estos morelianos que se dedican a limpiar el calzado de los demás ganan muy poco, sí, y sin embargo aman su oficio, en él han encontrado el solaz para sus vidas, e incluso la hacen de confidentes.
Lonas verdes, una estructura de metal desarmable, el asiento en lo alto, los periódicos y revistas que no pueden faltar, cepillos, el trapo que chifla, productos para darle brillo no sólo a los zapatos, sino que la plaza misma luce luminosa con estos personajes que son parte importantísima de la escenografía moreliana.
Ramiro Jaramillo tiene 14 años en el oficio de bolero, antes trabajaba en la Plaza de Armas, al lado de Catedral, pero por diversas (sin)razones tuvo que trasladarse al Jardín de las Rosas, también en el Centro Histriónico de la capital michoacana; cobra la boleada a $25 pesos, la más barata, pero no siempre hay chamba: “Es difícil saber cuánto gana uno, algunos días sale, luego escasean los zapatos para limpiar, tengo poco tiempo aquí, aún no me acliento, me reubicaron de la Plaza Principal”.
Ya había hecho migas con sus antiguos clientes, la confianza de la costumbre, mientras don Ramiro Jaramillo les dejaba como nuevos sus zapatos, los usuarios le hablaban de mil cosas y él escuchaba, las penas, aventuras de amor o los proyectos que nunca se realizarían; el bolero termina haciéndola de psicoanalista, en este diván no se manchan los calcetines.
Trabaja casi los 365 días del año, es su único empleo, debe cuidarlo, más ahora que la cosa está que arde, al mal tiempo, cacles limpios : “Sólo descansaré el año nuevo, todos los otros días estaré aquí, esperando a que caiga algo”.
Listo, joven, ¡como nuevos!
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