—Esta navidad las piñatas estarán vacías— reflexionó José, antes de sorberle ruidosamente a su café americano, dos cucharadas de azúcar, crema en polvo.
—Ya no es piñata, es puñeta— agregó Melchor, siempre atento pero con muchas ganas de dar por terminada esta conversación forzada, producto del ir pasando y encontrarse con una sonrisa más o menos familiar.
—Es la segunda quincena que no nos depositan, seguramente con el aguinaldo pasará igual, ni cómo hacerse ilusiones; los regalos esperarán, queríamos ir a Ixtapa con los chiquillos, ahora tendremos que apretarnos el cinturón.
—A mí nunca me han dado aguinaldo, pero aún así disfruto el olor de las llantas quemadas en las tradicionales fogatas, la pólvora de los cuetitos, el ponche de pura guayaba con charanda, los parientes borrachos y los recalentados como pretexto para que un montón de gente que casi no frecuentas vacíe tu refrigerador.
—Sí, tienes razón, estas fiestas son para estar unidos con la familia, perdonar y ser perdonado, olvidar las antiguas rencillas, abrazar a los hermanos, besar a los hijos, compartir la cena y la bebida con el vecino, no hay que ser tan negativos, Pepe, en otros países están peor, ya ves en Venezuela.
—Todavía no hace frío para tanta chaqueta, apenas es primero de diciembre. Mesero, la cuenta, por favor.
—¿Te vas tan pronto? Ni le tomaste a tu capuchino— José no la vio venir y quiso retener al antiguo compañero de estudios, pero era demasiado tarde, el comentario político fue la estrella en el arbolito navideño.
—Había olvidado que encargué el niño Jesús que faltaba para el nacimiento que pongo en mi casa, me lo entregarán en catedral, a las seis, es una señora que contacté por facebook, muy puntual, lo siento, yo pago esto. Me saludas a María, ¡felices fiestas!
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