Rafael Solana, un escritor olvidado pero buenazo como Francisco Tario o Manuel Echeverría, publicó en 1944 un libro de cuentos llamado "Los santos inocentes". El cuento que le da nombre al libro trata sobre los primeros cristianos, esos que se reunían en las catacumbas, lugares subterráneos que además de entierros clandestinos servían para planear el futuro de una de las religiones más populares de la historia conocida.
Según Solana, los seguidores de Cristo discuten entre ellos para buscar la manera de cómo ganar más adeptos, la solución está en los mártires, porque sólo así los no creyentes pueden ser testigos de la fuerza de la fe en esta monoteísta empresa. La pregunta crucial es ¿quiénes serán los elegidos?
Víctimas o ungidos, es lo de menos, lo interesante acá es el método de elección, quien pueda conseguir este libro, o sólo el cuento, disfrutará de una lectura inteligente y esclarecedora; para eso es el arte, para traer lo que no está, o lo que hace falta, así le escuché decir a Demian Hirst en su verosímil documental "Treasures from the Wreck of the Unbelievable".
Me acordé de este cuento de Solana, mismo que leí hace muchas lunas, porque sigo clavado en la ocurrencia de que el facebook funciona como una especie de religión, quizá estoy bien pinche obsesionado (lo estoy), pero cada vez que recorro la telaraña (una amiga le dice pantano), me encuentro con estas peculiares analogías, sí, literarias; sí, infundios. Pero se mueven. Ahí están los mártires, primero apedreados, lapidados es la palabra, luego convertidos en santos, con sus hagiografías en cada muro compartidas. Las burlas de los soldados romanos, las cruces, los judas, los gallos (saca), las rameras, la sábana santa. "Los santos inocentes" postean sus últimas palabras.
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