martes, 16 de junio de 2020

Como un espejismo en Ortega y Montañés

Primer día del trabajo de la era del Covid-19, 2020. Salí en la bicicleta a entregar libros, seis de la tarde, mi destino, fatal destino, la calle Isidro Huarte, muy cerca del Hospital Civil de Morelia, Michoacán. Me subí a la banqueta del nosocomio para echar un vistazo a la crisis sanitaria que rige los destinos de la humanidad, ya que andamos por aquí, why not?

Para sorpresa de los paranoicos, el hospital estaba tranquilo, demasiado tranquilo, nunca lo había visto así, y sé de lo que hablo, he pasado mucho tiempo en su interior, como paciente impaciente o como acompañante incómodo. Afuera de Urgencias unos enfermeros y enfermeras fumaban cigarrillos y tomaban cocacolas con fruición, es decir, disfrutaban el momento.

Seguí mi camino, como chisme había sido suficiente, sólo faltaba que sacara mi cámara para unirme a la legión de informantes ciudadanos. Cuando crucé la calle Ortega y Montañés, como en fata morgana, vi una aparición que me dejó perplejo. Detuve la bicicleta y apareció ante mí a un sacerdote católico arriba de una camioneta arreglada para simular un altar, el automóvil avanzaba lento pero seguro, el cura traía un micrófono conectado a dos grandes bocinas, no sé si esto es orar o amenazar:

"Queridos hermanos, el señor nos está dando un mensaje con esta enfermedad del coronavirus, habíamos desviado el camino y aún estamos a tiempo de enmendar la ruta, de arrepentirnos y seguir el ejemplo de Jesucristo. Yo rezo por ustedes, pero ustedes, ¿qué hacen? Es hora de alejar al demonio de nuestras vidas, es hora de abrir nuestros corazones".

A su paso, las que se abrían eran las puertas y las ventanas, salían de su encierro los morelianos arrepentidos, una señora se hincó al mismo tiempo que hacía la señal de la cruz con su rosario enredado en sus manos, el de la combi Ruta Naranja que pasaba por ahí se persignó, por si las dudas, era un todo un espectáculo de la fe.

Allí estaba yo, viendo cómo el religioso se alejaba en su camioneta de la redención. El sacerdote se perdió en lontananza, bueno, avanzó unas cuadras hasta que se hizo más chiquito. Arranqué la bicicleta de nuevo, si se me permite la licencia de conducir, y mientras avanzaba hacia el número de la calle que buscaba, recordé aquella frase que algunos atribuyen a Darwin y otros a H. G. Wells: "Adaptarse o morir".

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