Cuando uno se traga un pedazo de aluminio por tomar de la botella de vino tinto, directo, a bocajarro, sin revisar antes el interior, lo mejor es pensar en otra cosa, tratar de olvidar que el dúctil metal recorrerá tus intestinos hasta ser expulsado de nuevo. La uretra sangra, el recto ídem.
Ahora bien, a esto hay que agregarle la embriaguez previa, situación que provoca una preocupación mayúscula. Treinta horas sin dormir, lejos de casa, quiero a mi mamá.
Provocarse el vómito sin lograrlo, la garganta lastimada. Comer algo para sacarlo rápido, el tiempo en contra. No desesperarse. Adiós a todos, díganle que siempre la amé. A quién se le ocurre poner aluminio en el cuello de la botella. Ayúdame, diosito, ni ganas de tomar tenía y otras anacrónicas desconsideraciones.
Al otro día, si lo hay, comprar vino de caja.
martes, 16 de junio de 2020
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