viernes, 13 de septiembre de 2013

Andas por ahí, sin rumbo, tirando la toalla en cada esquina de este ring maldito que es el mundo. Peleas con los postes y pierdes. Abrazas a los indigentes que son como sultanes comparados contigo, ellos te hacen a un lado: ¡largo de aquí perro, atrás satanás! Comes apenas y tomas las penas líquidas de tus ojos, vasos de agua salada como el mar que nunca conocerás. Vives como de milagro, un milagro muy gacho. Arrastras los pasos, maldices a los dioses y te paras afuera de las iglesias para orinar en sus entradas. Y a pesar de todo esto, incluyendo los orines, todavía la amas y pronuncias su nombre. Entonces se ilumina la calle y tú sonríes de recuerdo. Y yo sonrío porque te conozco, espejo.

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