martes, 27 de noviembre de 2007

Leche violeta


Fotografía de Caliche Caroma

En un oscuro rincón de este planeta inhóspito, un hombre con la mente dañada por la contaminación radioactiva y la polución de gases asfixiantes que son malignos para la erección del miembro masculino, se pregunta: ¿por qué sigo vivo? Mientras su desayuno, compuesto de un huevo enlatado y un vaso de leche de rata (pasteurizada), se mosquea, piensa en lo jodido de la situación y en lo asqueroso que es todo. Cuando era niño su padre partió a defender los pozos petroleros y nunca más supo de él. A su madre la mató un tipo que venía constantemente a casa, la golpeó con el televisor, se quedó sin entretenimiento y sin madre. El desayuno huele mal, pero no hay más, come despacio, sin ganas. Su niñez y adolescencia trascurrieron en un campo de concentración que llamaban albergue juvenil. Claro, los huérfanos tienen que sufrir mucho. El huevo está podrido, la leche agria; algún vez la leche fue blanca, ahora predomina el violeta en su vaso. En el albergue tuvo su primer encuentro sexual con aquel chico (¿?) muy desarrollado para su edad, le decían Mayate. Desde que llegó al encierro, Mayate le puso atención y en la primera noche supo el porqué de su sobrenombre. Recuerda el dedo de Mayate en su ano, primero, después fue el pene removiendo su interior. El tipo hacía un sonido parecido al de un mayate mientras lo penetraba. Esto se repitió durante tres años. El desayuno ha terminado, no le sentó nada bien el huevo, violeta y amarillo, no es buena combinación. Ahora va al baño. Durante el trayecto piensa en que lo único bello que ha tenido en su vida es un pedazo de periódico que conserva desde hace diez años, en él se lee que un tal Carlos Rojas Martínez había ganado la lotería, en el evento donde le entregarían el premio Carlos se pegó un tiro en la cabeza. En la foto del periódico se capta el momento exacto del disparo, frente a autoridades y chismosos se quitó la vida. Esto era un poema, pensaba el hombre. Después de haber conquistado la suerte, así de repente, dice adiós, sin más. Lo mismo haría él, algún día. Aunque en este momento el desayuno estaba destruyendo sus entrañas, un dolor intenso en el estómago lo derribó, una patada de caballo en los intestinos, una coz desde adentro. Vomita el desayuno, tiene un aspecto diferente, no mejor ni peor, diferente. Se ha mezclado el color amarillo del huevo con el de la leche violeta, escala cromática de las deyecciones. Intenta pero no alcanza el teléfono, auxilio, trata de arrastrarse hasta la puerta, tal vez haya alguien en el pasillo. Pero no llega, muere, sólo queda el vómito y un pedazo de periódico.

Veganismo oportunista

Hasta aquí mis chicharrones truenan, es hora de entrarle al brócoli.

Estoy

Estoy aquí, acabando el principio
Estoy aquí, comiendo uñas de otros
No estoy, me voy

Una señora grita

A las doce del día una señora grita: ¡Han robado mi bolsa! Sé que no es una bolsa cualquiera, es una bolsa especial, su bolsa, las cosas que más quiere. Me acerco y le pregunto que hacia dónde huyó el ladrón, le ofrezco mi ayuda. Ella responde enojada que la deje en paz o llamará a la policía,  sigue gritando: ¡Alguien que me ayude! La observo y me doy cuenta de que estoy loco y ella está loca, todos estamos locos. Es mejor no preguntar.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Mediterráneo, ya tarde






La boca llena de palabras tienen,
en la caída se burlan de los otros,
somos Europa, somos América,
alegan desde el sofá.

Cada quien sus problemas
y sus fronteras,
como si el mundo estuviera hecho
sólo para los lobos, 
¿lobos, Francisco?

La ignorancia y la estupidez
alzan la mano y votan 
y son mayoría en las encuestas.

Adictos al vacío, promocionan su entusiasmo,
dicen nuestra tierra, nuestros trabajos, 
pero en el fondo quieren la sangre,
la sangre del que se arriesga a dejar todo,
todo es la nada del suelo de una tal patria.

Dolor, sufrimiento y la calma engañosa del mar;
la realidad es un improvisado barco que naufraga,
o una aduana y cientos de policías con sus macanas.

En la bala también hay razón,
cultura de la destrucción,
tecnología del mediodía,
la rima del paria con su morral.

Muere la tarde en occidente, 
¿cuántos migrantes mueren con ella?

sábado, 3 de noviembre de 2007

Sobre la televisión, Octavio Paz

  "La televisión no presenta signos, sino predominantemente: imágenes. El espectador es el testigo impotente de escenas que poseen una doble realidad: son hecho y son imágenes. El 'texto' que nos ofrece la televisión es irrefutable, no está compuesto por signos que se refieren a esta o aquella realidad, sino por imágenes que se presentan como si fuesen la realidad misma. La verdad es que esas imágenes son versiones o puntos de vista de un suceso, y por lo tanto, son opiniones; sin embargo, nunca aparecen como opiniones, sino como realidades.( ... ) Uno de los pilares de la democracia es la noción del diálogo; los medios modernos lo han desfigurado; el pueblo se ha transformado en público: un ente anónimo, sin cara, una masa maleable y voluble, dócil y cambiante.”

Reinaldo Arenas


Esa tarde me fui para mi casa caminando, llegué al cuarto, y seguí escribiendo un poema. Era un poema largo que se titulaba "Morir en junio y con la lengua fuera". A los pocos días tuve que interrumpir mi poema, pues alguien me había entrado por la ventana del cuarto y me había robado la máquina de escribir. Fue un robo serio, porque para mí aquella máquina de escribir era no sólo la única pertenencia de valor que tenía en aquel cuarto, sino el objeto más preciado con el que yo podía contar. Sentarme a escribir era, y aún lo sigue siendo, algo extraordinario; yo me inspiraba (como un pianista) en el ritmo de aquellas teclas y ellas mismas me llevaban. Los párrafos se sucedían unos a otros como el oleaje del mar; una veces más intensos y otras menos; otras veces como ondas gigantescas que cubrían páginas y páginas sin llegar a un punto y aparte. Mi máquina era una Underwood vieja y de hierro, pero constituía para mí un instrumento mágico.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Viólame y suicídate (A karen bach)



Odio y amo. Por qué lo haga, acaso preguntas.
No lo sé; siento que lo hago, y me atormento.

Catulo.


Me detengo en el puesto de películas piratas, agarro una película, Viólame (Baise-moi) de Virginie Despentes. Veinte pesitos, joven, es original, para adultos (susurrando). La vi hace unos años, comienzo la charla con el vendedor que ahora habla con alguien más. Despentes, además de dirigir, escribe el guión junto a Coralie Trinh Thi. Mi interlocutor hace como que le interesa lo que estoy diciendo. Aja. 

Sigo. Karen Bach interpreta a Nadine, Raffaêla Andersson a Manu. Las dos fueron actrices porno antes de que hicieran esta película. ¿Y usted cómo sabe eso? Me gustó la película y busqué información sobre ella. Karen Bach, creo que en 2005, cinco años después del estreno de Baise-moi, se suicidó en un apartamento de París. Tsss.

He captado la atención del vendedor de películas. Karen se casó muy joven, su esposo le propuso hacer porno casero. Justo cuando su matrimonio fracasa, como cualquier otro matrimonio, Despentes le ofrece el papel de Nadine. Ella creyó que no volvería al porno (¿era porno aquel proyecto de la directora Virginie Despentes?). Viólame no es únicamente sexo frontal. Historia de venganza, amistad y una pizca del picoso sinsentido.

Karen Bach, la que se suicida, le da vida a una cansada prostituta que se fuma la hierba de su compañera de casa. Nadine y Manu van por el paquete completo: sexo más asesinatos. Casi lo he aburrido, el vendedor saca su celular. Creo que la despedida de Karen Bach sólo cierra el ciclo de Viólame. Muy interesante, jove, mire, encontré esto en Google. Me muestra fotos de Karen. Insisto en mi punto. Para que se cerrara el círculo, era necesaria una afirmación, el sí al suicidio que no concretó Nadine en la película. Está feo de suicidarse, joven.

Antes de que la atrapen, Nadine tiene la esperanza de terminar con su vida de una vez por todas, Manu está muerta y su cuerpo es devorado por las llamas, casi aprieta el gatillo, pero la interrumpen, sobrevive, la obligan a sobrevivir. Karen Bach lo dejó para después. En el departamento de uno de sus amigos parisienses ingirió una dosis de pastillas fulminantes. Dios la tenga en su gloria, joven.

Miro la portada que tengo en mis manos, Karen Bach (¿o es Nadine?) apunta con el arma. Lo único que se podía dar a sí misma: la muerte. Avanzo hacia otro puesto, otra plática, otro tema. ¿Entonces no la comprará, joven? 

jueves, 27 de septiembre de 2007

Incestos y biografías

Sin dudas, sin preguntas, sin tiempos preocupados: aquí sentado y nadie sabía, nadie hacía, nadie nada; dentro de este lugar, que es el de todos (¡gracias a ti esbirro que controlas nuestras vidas!). Fui moviendo EL CUERPO como pude, buscaba un lugar cualquiera para filtrarme y acomodarme con todas mis maletas dentro de este bote de basura. Y he aquí, ahora parado en medio de la gran cagada occidental, tengo celular y voy a la escuela, como tres veces al día, me drogo cuando hay droga y si no, tomo alocohol, fumo y me tiro pedos en público. Sí hasta parece que la gente me toma en cuenta y ve mis perdidos pasos. Miento muy orgulloso, todos reconocen este esfuerzo y creen o creen que yo creo que no me creen pero les creo de igual manera. Soy parte de la hermosa danza: 365 ratas que roen el cuerpo de Dios por dios, tu Dios al cuadrado entre dios, mi dios, ése que nunca ha dejado que alguien me defienda, ése que deja la maceta caer para que rompa mi cabeza y así... Y te quedaste leyendo el color azul, el refrigerador nunca dejó de sonar como una gran orquesta mecánica en la boda de algún hijo de puta, y la orquesta del frigorífico: no deja de complacer al novio embriagado y coqueteando con la sobrina de 13 años, pide la última canción: es el mal de occidente, vean irreversible, lean La Biblia, escuchen a los viejos, pero no a todos. Periódicos, radio, tv (total vavosada con v): Los textos en las calles SON EL ROSTRO, las profecías en el ladrillo. Soy esa tinta enlatada que pone las firmas de los que han hablado sin ser escuchados.

Al final, el coito consuetudinario que profetiza más desgracias.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

La cena

Te miro a los ojos y me pregunto a qué hora te irás, salir de aquí, a qué hora me iré yo. Sé que no somos el uno para el otro, trivial fórmula del desencanto. Estamos separados por una liga imaginaria que, mientras más la estiro, más verdadera y dolorosa se vuelve, liga castigadora. Esta liga se ha partido en pedazos inalienables, tú y yo. Y para que esto encuentre un mejor sin sentido, cenamos. Una tontería que nos tragamos todos las noches a la hora de la cena, un te amo, frío como el café. Escribiremos poemas que leerán los adolescentes enamorados de la luna, aunque en estas noches la luna huye. 

Te digo buenas noches y tú dices lo mismo, automática, como si no hubiese otra frase nocturna para desearse. Nada cambia, hasta mañana.

De las mieles del pensamiento femenino contemporáneo o ¿es bebé o es popo?

No sabía qué sentir, qué hacer. O cagaba o abortaba, qué hacer en la espera, he aquí la disyuntiva, mi panza crecería como sandía, rima fea. Pensaba sentada en la taza del baño. Veinte minutos y contando, cronómetro de la desesperación. No me gusta la primavera ni el verano. Calor en las axilas, el bosque suda. Cuerpos que se separan, otros que van surgiendo de la nada. Novio urgente para pasar el rato, la masturbación aburre. El imbécil de Alberto no pudo aguantarse la eyaculación (Coitus interruptus le dije), él es el responsable, el irresponsable del conducto seminal. Y yo que lo creí eso de la eminencia en el sexo. Recuerdos como tortura. Alberto Molina el nombre del simio. De la Ciudad de México: Estudio ciencias políticas y también soy poeta. Escuché media hora de sus "poemas" y después le propuse desvestirnos. Que sí, que yo no necesito condón; domino mi esperma, manejo el control, así como hacen los samuráis en las películas de Kurosawa. Mil veces idiota, yo, otra vez confiando en los hombres y sus tontas referencias, anacrónicas e infantiles, que si el marxismo, que si Nietzsche. Retortijón y no sale nada. Quiero ser sincera, confieso: me gusta el pene, demasiado, pero me gustaría más solo, sin el estúpido paquete que lo porta, el armatoste sin sentido que se llama hombre. Sin él. Pene con patas, nada más. Cuerpo carnoso y venoso, rosado y palpitante. Ahora es ahora. Veintitrés minutos. Sin remedio y sin Alberto, no está, ya no está, nunca estuvo. Pobres de los hombres que no saben lo que tienen hasta que lo ven embarazado, huyen porque no saben enfrentar las consecuencias de sus actos. Calma. Relájate. ¡Hijo de su puta madre una y otra vez, y otra vez hasta que le zumben las orejas y se le hinchen los huevos y le exploten como granadas de Morelia! Todo esto es su culpa y ni siquiera me habla. El baño y la gotera. Yo. Sola. Embarazada y estreñida. No me baja y tampoco puedo descargar los intestinos. ¡Ah! Gases, pedos, flatulencias, niño o niña. Silencio que se rompe por los pensamientos piedras. Lo que engendro en mi panza, este error inevitable causa de la incontinencia seminal, se niega a morir, ya tomé las pastillas pero algo me dice que no están haciendo el efecto que buscaba. Me duele el estómago, esto de ponerle fin a una vida en proceso es muy difícil. Desesperación (por si las dudas: ¡ayúdame virgencita!). Movimiento interno, algo adentro llega a su fin. Pasan minutos como arena en la clepsidra. No, no es que no me gusten los niños, pero los disfruto de lejos, en visión panorámica. Mi madre dijo alguna vez que en su época era muy doloroso, instrumentos punzocortantes; ahora con el milagro del cytotec es más fácil. Duele, el dolor se quita con marihuana, eso comentó una amiga que es experta en estos trámites, también sirve el paracetamol con coca. Ya, está pasando. Siento el líquido y huelo el color rojo, algo explotó dentro de mí. Carmín espeso con grumos marrones. Al mismo tiempo, en el mismo instante, como si estuvieran de acuerdo ambas evacuaciones, la mierda sale de mí. Terminó por esta vez. Ser mujer es muy complicado, ¿por qué dios se habrá ensañado tanto con nosotras? Treinta minutos. Jamás lo haré sin condón, he dicho, lo juro.

martes, 4 de septiembre de 2007


  Nutridas migas que comía cuando niño en la casa de los abuelos paternos, cuando era niño sorbía caldo de bolillo, mis pies son una elipsis, del envés cada vez que volteo la tortilla veo los pies, la participación y pasión de las cocineras tradicionales versus las revolvedoras, esas eran mis tías. No había ángeles del otro lado de la luna, solo Satanás estaba, pobre, el rabo como nabo, al cabo hablo poco: no me explico el desarrollo ni la interpretación, improvisación de palabras escritas en una máquina, lo que hago. El internet es la televisión de los hipsters, me lo dijeron las lenguas del cunilingus. Los poetas hacen música y yo me masturbo viéndolos. Dialecto de los músicos: in-cierto límite, mágica apropiación, lejos estoy, lento aprendizaje el mío, lento pero seguro, gran esfuerzo, un huevo de oro a cada hora pongo. No soy músico. La auto crítica positiva, estudiosos y virtuosos mestizos contratados por la NASA me saludan, la sonda espacial Caliche Caroma 10-09 los saluda también. Mexicanos rancios dicen los xenófobos extraterrestres, ante esta situación unos percusionistas tocan en la esquina, monedas, canastilla de mimbre, policías, inspectores. Sentido negativo en mi espalda, la responsabilidad de los organizadores de la existencia me da comezón, yo no tengo la culpa de nada, con el artista no te metas, el público avienta jitomates de Sinaloa, como actor que soy hablo del binomio del aplauso y de la mierda de los caballos que llegaban al teatro cuando se presentaba alguna obra importante, me rasco pensando en los primordiales y esenciales bocadillos del siglo diecinueve que se repartían, vino gratis porque está pasado. Así era el antier. No lo creo de Stalin, él fue una buena persona. Ojo, la arquitectura colonial es casi comunista, de ahí que sea rosada. Las nalgas de la anticipación están clausuradas, hay que dejar en claro que soy homosexual del pelo, voté por el PAN. Tetas tengo, escuchar es difícil para mí, ser víctima es más fácil. Trágico sufrimiento el sostén, las campanas de la catedral están sordas, Octavio puso peces en el badajo, la combi (transporte público de estilo hippie) en la calle llora. Sufriendo, triste camina el ciempiés, cojea la coma de mi enunciado, le aplasto la cola al gato de la historia. Enojado, el espacio se pone negro. Ahora sí, ¿qué hay de cenar?



Exhibicionista

Carlos Rojas Martínez nació en Morelia, Michoacán, México, el día veintiuno de octubre del ochenta y tres. A los diecisiete años decidió cambiar su nombre por el de Caliche Caroma. Caliche es una piedra caliza, también es una forma poco común para nombrar a los llamados Carlos (bastardos), Caliche es el argot de los delincuentes. Caroma es un acrónimo mal hecho y una marca de productos para baño en Australia. Hizo como que estudió en la preparatoria número uno, el famoso Primitivo y Nacional Colegio de San Nicolás de Hidalgo, donde tuvo la oportunidad de saquear la biblioteca y leer las obras locales, nacionales y las de Uruapan. Para seguir condonando los pagos se inscribió en la Facultad de Filosofía "Samuel Ramos", también de la UMSNH. Terminó, pero no se tituló. Mala cabeza la de Caliche. Lavó trastes, atendió y robó a muchos borrachos, vendió cachivaches en los mercados. En fin, hizo lo que pudo, es decir, mediocre. Colaboró en revistas locales, así como en algunos periódicos de poca importancia. Es fundador, junto a Wendy Rufino y Carmen J. Cohen, de el-artefacto.net, ahí se encuentran gran parte de su trabajo como periodista cultural. Hace como que toca las percusiones y se junta con algunos músicos terroristas de la ciudad para realizar rituales satánicos y pedir monedas a los paseantes. Vive en la colonia Prados Mueres, lugar lleno de mitos y leyendas urbanas, así como de baches y narcomenudeo, le prestan un cuartito donde organiza orgías dedicadas a la memoria de los estridentistas y sus amigos fallecidos: Josué, Don Ubi, Humberto Arturo Puente, Ramón Méndez Estrada, et al. La editorial Jitanjáfora lo incluyó en su antología Narradores Emergentes, aún no se sabe el porqué. En el dos mil catorce, mayo cuatro, publicó su primer libro Prisa, que ya está agotado. Después publicó otro, Todo y siempre, casi y quizás, también agotado; un tercer libro es Morguelia, agotado, para no perder la costumbre del amor. Lo que se sabe de él hasta ahora es que sufre mucho por el gas pimienta que le rociaron en los ojos unos guardias de seguridad en un tugurio local. Tenía un problema con el alcohol, pero ya está arreglado. Tiene una librería de usado y raro que se llama La inundación. Hasta aquí lo que se sabe sobre este perro uau-uau que amenaza con publicar otro libro muy pronto. Fin.