martes, 4 de septiembre de 2007

Exhibicionista

Carlos Rojas Martínez nació en Morelia, Michoacán, México, el día veintiuno de octubre del ochenta y tres. A los diecisiete años decidió cambiar su nombre por el de Caliche Caroma. Caliche es una piedra caliza, también es una forma poco común para nombrar a los llamados Carlos (bastardos), Caliche es el argot de los delincuentes. Caroma es un acrónimo mal hecho y una marca de productos para baño en Australia. Hizo como que estudió en la preparatoria número uno, el famoso Primitivo y Nacional Colegio de San Nicolás de Hidalgo, donde tuvo la oportunidad de saquear la biblioteca y leer las obras locales, nacionales y las de Uruapan. Para seguir condonando los pagos se inscribió en la Facultad de Filosofía "Samuel Ramos", también de la UMSNH. Terminó, pero no se tituló. Mala cabeza la de Caliche. Lavó trastes, atendió y robó a muchos borrachos, vendió cachivaches en los mercados. En fin, hizo lo que pudo, es decir, mediocre. Colaboró en revistas locales, así como en algunos periódicos de poca importancia. Es fundador, junto a Wendy Rufino y Carmen J. Cohen, de el-artefacto.net, ahí se encuentran gran parte de su trabajo como periodista cultural. Hace como que toca las percusiones y se junta con algunos músicos terroristas de la ciudad para realizar rituales satánicos y pedir monedas a los paseantes. Vive en la colonia Prados Mueres, lugar lleno de mitos y leyendas urbanas, así como de baches y narcomenudeo, le prestan un cuartito donde organiza orgías dedicadas a la memoria de los estridentistas y sus amigos fallecidos: Josué, Don Ubi, Humberto Arturo Puente, Ramón Méndez Estrada, et al. La editorial Jitanjáfora lo incluyó en su antología Narradores Emergentes, aún no se sabe el porqué. En el dos mil catorce, mayo cuatro, publicó su primer libro Prisa, que ya está agotado. Después publicó otro, Todo y siempre, casi y quizás, también agotado; un tercer libro es Morguelia, agotado, para no perder la costumbre del amor. Lo que se sabe de él hasta ahora es que sufre mucho por el gas pimienta que le rociaron en los ojos unos guardias de seguridad en un tugurio local. Tenía un problema con el alcohol, pero ya está arreglado. Tiene una librería de usado y raro que se llama La inundación. Hasta aquí lo que se sabe sobre este perro uau-uau que amenaza con publicar otro libro muy pronto. Fin.

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