lunes, 14 de marzo de 2016

Problema número trescientos treinta y tres

Para Luis López

Espejos que escuchan absortos los cuestionarios de los ministeriales: conoce usted al retrato, en dónde estaba cuando la inversión de la imagen, para quién trabaja la dirección del reflejo. Los espejos, por supuesto que fueron los espejos, la culpa es de ellos, lo saben todo y guardan silencio. Los espejos son cunas, oráculos y tumbas. Lo que aquí ocurre ya ocurrió en los espejos, el mundo es espejo antes de ser mundo; geometría maligna que se adelanta a lo que será. Espejos que se divierten con la bestia de dos espaldas en los moteles, sin parpadear, iluminados de fluidos, vaho en el baño, la televisión prendida. Espejos que conocen los secretos de los esposos silenciosamente aburridos, la rutilante rutina, la vida convertida en intermitencias: tarjeta de crédito, un abrazo a los hijos, lavarse los dientes. Hacerse la raya en medio, ponerse las medias, echarse loción, pintarse los labios, del otro lado lo mismo. Si nadie observa el espejo lo ve todo. Espejos nuevos para un mundo nuevo. Espejos que no se hallan a sí mismos, ni lo harán. Espejos que lloran sangre. Campana de vidrio, espejos rotos, mala suerte charco de agua. Suicidarse dos veces, cortarse las venas con espejos. Fin por fin en el espejo es positivo. El espejo es el principio de los espejos, pero nadie sabe de dónde vino el primer espejo: Mercurio, España o los sueños. Qué desierto vive en los espejos, qué de cierto, capicúa.

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