viernes, 17 de junio de 2016

¿Duermes, amor?

Soy la luz de la mañana y quiero iluminar tu ano, pensé en esta frase varias veces durante la noche, Bataille apareció a las seis antes del meridiano, el insomnio y la disociación como molestos mosquitos, los conceptos médico psicológicos tan lejos de lo poético y dándome vueltas, escuchaba sus alas rondar por mi cabeza, luego vino la disertación sobre el plagio, hasta por los codos de lapsus y ocurrencias, los primeros ruidos del exterior y tú a mi lado, amaneciendo.

Creo que tuve un mal sueño, Freud y Jung se daban besos mientras yo me masturbaba, quizá fue la película de la noche anterior, Un método peligroso, la que no me dejó descansar en paz; sólo los muertos, escribió el hedonista. Puedo tener pesadillas con una piedra, no se trata del miedo sino del tedio. No pude pegar las pestañas, problemas para dormir, a diferencia de ti, que eres un ángel, parece que nada altera tu descanso, dan ganas no sólo de contemplarte, tocar se hace necesario.

A veces me es imposible dormir con tu olor, eso es, ya conecto, eres toda tú la que me altera, madrugué sin la ayuda de dios, te escuché respirar, tan tranquila dormías que me puse nervioso, desnuda de todas las cosas, flotabas mientras yo te susurraba falsos nombres: Simone-Julieta-Lulú-María. Tú pronunciaste, sin palabras, otros tantos: Morfeo-Nix-Somnus-Hypnos.

Tus tetas apuntaban al sur, las acaricié con parsimonia, in crescendo matutino y táctil, besé tu pezón siniestro y el derecho lo pellizqué, quería que despertaras y jugaras conmigo, fracasaron mis lascivos intentos, ¿o es que simulabas, duermevela?

Mi verga se puso tiesa, fue tu indiferencia onírica la que provocó al sátiro de mis venas, lamí tu redondo culo, metí la lengua en lo profundo de tu sueño, escarbé una promesa, tu orificio me invitó y entré, silencioso, ensalivando el placer.

Exploté rayo fulgurante, dejé que la flacidez llegara, poco a poco regresé a la forma cérvida, la eternidad dentro de ti se escurría, mar de leche, el semen salía de tu ano, palpitaban los bordes de carne, palpitaban las orillas rosadas, palpitaban mis miembros cansinos.

Con una sonrisa abriste los ojos, los buenos días fueron tus dientes, pusiste mi sexo entre tus manos, fui un Lázaro obediente. Toda brillabas, el sol iluminaba tus nalgas y yo sólo quería poseerte una vez más. Entonces me dijiste: Entra de nuevo. Y así lo hice.

Imagen de Alejandro Delgado

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