domingo, 14 de agosto de 2016

Estábamos chupando tranquilos

Me piden sinceridad, honestidad, porque sólo así, dicen, el escritor se conecta con sus lectores, dan ejemplos, hablan de Miller, Bukowski, Joyce, puro pinche anglosajón. Va que va, que se arme el cotorreo del ser escindido que casi soy, digo: yo, el más pendejo (no, joven, ahorita no), pregúntenle a los libros que he escrito, ahí están mis cartas de recomendación, las estrellitas en mi frente; mentira, no lo soy, siempre hay alguien más vergas, ni siquiera en eso puedo ser el número uno; yo, el vocativo. Hablo para el gran público que me alimenta con su desprecio, esa masa que me sostiene, la colectividad, la tanda, la ruleta nunca fue rusa, he conocido a puro güero de rancho, también ellos me odian, aunque a veces noto en su mirada cierta empatía, quizá sea una basurita. Aquí estoy, desnudo, con tropos como trapos, diciendo tonterías cuando podría decir la Verdad, ¿a quién le importa la verdad? En mi cuarto apesta a patas, tripas de perro esparcidas en mi cama, me cagué, me oriné, sudé la gota fría porque creí que tenía sida (era sólo un poderoso miembro del reino Fungi). Pero sé bailar con una sola pierna, lavo trastes, mamo el glande (lo dejo limpio), corro y las chichis se me mueven. Tomo coca, fumo mota, mato bachas, pincho el globo. Fungir de payaso literario, nací para esto, aplausos como escupitajos, pido mi postre y me dan desprecio, colecciono estampitas, diplomas en mi baño. No lloro, levanto la cara para que el lodo me maquille, puto yo. Los jóvenes de mi generación tienen todo menos pelo, nalgas y dignidad. No me burlo, estoy enfermo, ¡ayúdenme, por favor!

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