jueves, 9 de julio de 2015

En la ruta roja 3

  Hice la parada frente al Seguro Social, la combi se detuvo media cuadra adelante. Corrí porque no quería llegar tarde al trabajo, otra vez, ya estaba advertido. Al subir, el olor a vómito se hizo presente, esa mezcla de ácidos estomacales y leche pasada que resulta tan desagradable a la hora de la comida, eran las tres y media de la tarde. Por la mirada incómoda e insistente de un pasajero hacia una dirección determinada, descubrí que fue una niña la que había devuelto el desayuno, yo iba parado, como es costumbre en esta ruta, y noté que la pequeña tenía un aspecto enfermizo, pálida y con la mirada perdida. Su papá la abrazaba nervioso con un brazo, volteaba hacia los pasajeros, como pidiendo disculpas con los ojos; mientras que con el otro brazo limpiaba los grumos blancos que estaban esparcidos en el asiento y suelo del vehículo. La madre iba frente a él, cargaba a otra niña que dormía, al parecer ésta no supo nada del asunto digestivo de su carnala. Noté que eran gemelas, andaban por los cuatro años más o menos. Le pregunté lo obvio al padre: "¿Está enfermita?" Él contestó que sí, que andaba delicada de salud desde hace unos días y que las niñas no estaban acostumbradas a salir, mucho menos a andar en combi. Luego se quejó de su existencia: "Uno tiene que estar trabajando todo el día y la mamá debe darles cuidados en la casa, es su obligación. Yo quisiera tenerlas junto a mí siempre, pero hay que comer, es difícil, la situación es complicada". La madre peló los ojos y no pronunció palabra alguna. Una señora intervino en la charla y dijo algo acerca de darse su tiempo para estar con la familia. Entonces observé que la mamá de las gemelas era, al menos, unos quince años más joven que su esposo. De ahí que tuviera una actitud bastante sumisa a los comentarios del patriarca. Ella le acercó una bolsa de plástico "Por si acaso le pasa otra vez". "Ya es demasiado tarde, ya ves que volvió el estómago sin que nos diéramos cuenta", comentó ya molesto el señor, quizá porque la plática había descubierto sus traumas familiares. Él no deseaba salir con sus hijas, no por el vómito, sino porque no tenía carro propio y su trabajo, cualquiera que fuera, era despreciable. Después hubo un silencio largo interrumpido por un "Si le pasa por favor". Me bajé en San Francisco.

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