martes, 28 de julio de 2015

Idiosincrasia

  El mexicano siempre busca divertirse, frente al fin del mundo él baila, goza los últimos momentos, cinco minutos más, un ratito, un ahorita. Sueña con una existencia fantástica, ésta es demasiado solemne, le faltan fuegos artificiales, papel picado, mentadas de madre, chile. Las formas rebuscadas y coloridas son sus favoritas, lo barroco y el mole de olla, hasta el panteón llega el fandango. Refrescos de limón. Mexicanos al grito de "¡Se arma!", una fiesta en cada cabeza que avanza por la plaza pública de la esperanza: sí se puede, sí se pudo, sí, dame otra, yo la pago. Soldados charros desfilan el dieciséis de septiembre a las once de la mañana, cuernos de chivos, honores a la bandera. Jamás marcha de verdad, sólo representa la farsa de lo formal. Sus instituciones son de cartón y periódicos reciclados. Disfrutar la vida, pasar un buen rato en compañía de sus amigos, tomar cerveza fría, he aquí sus metas, sus objetivos. A la pregunta por el sentido de la vida responde con una carcajada. "Me río para no llorar", más que un lema es un tatuaje. El mexicano también trabaja, suda, sabe lo que es ganarse una tortilla, o un kilo de tortillas. Pero este trabajar no pasa de ser un juego, nada tiene de serio su laboriosidad. La pasión del mexicano se desborda, la Virgen de Guadalupe juega fútbol, los mariachis andan sin pantalón. Ruido, harto ruido para no quedarse dormido. Mexicano corazón de neón, abierto las veinticuatros horas, tacos, tortas, tamales. Este mexicano es imaginario y colectivo. No se trata de hacer una ontología, para eso están las telenovelas, lo verdaderamente importante tiene que ver con su sonrisa, mueca grotesca, gesto divino. Lo nacional es la alegría.

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