jueves, 27 de junio de 2013

Terminé poniéndome a maullar con el Gato

  El hambre no era tanta, eran los meses de renta, el gas, la conexión lenta, los pequeños gastos que se hacen muchos, las deudas, hoy-no-fío-mañana-sí, las becas del pasado, los mecenas imaginarios, la comida del Fuchi, el dentista al que nunca voy, la basura pasa a las siete. El hambre es una tesis interminable, la incapacidad de la deferencia, la genuflexión obligada, el hambre es el adjetivo del sustantivo, personaje principal de la oración a Dios. Dios es el ser con más hambre, que existe pero no asiste. El hombre y su hombro: símbolo del apoyo. Tu cabeza sostiene al mundo pero los aguacates, pero los bolillos, pero los pepinos, sandías, chorizos, chorizos, chorizos, ¿quién los sostiene a ellos? Que no soy solvente dice la gente. El hambre era más, el hambre estaba en el banco, ¿sentada o contando su dinero? La música triste del bolsillo roto, remendar las ganas, revolver las migajas de la esperanza, para engañarme, para engañar a los hijos que no tengo. Escuché a los trovadores burlarse de la vida, los trovadores son unos pendejos. Ayer, cuando niño, cuando ayer era más que ayer, subí a la azotea a maullar con el Gato. Hoy ya no quiero al hoy.

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