lunes, 25 de agosto de 2014

Sobre el infierno católico

  Estaba meditando en el baño cuando de pronto sonó el teléfono, decidí no contestarlo ya que no esperaba ninguna llamada importante, de hecho no esperaba llamada alguna, importante o no. Seguí concentrado en mis reflexiones deyectivas, la evacuación de aquello que mi cuerpo no necesitaba era la prioridad, el teléfono volvió a sonar insistente, molesto ruido que violenta nuestra intimidad, la estúpida y a veces necesaria localización a la que nos exponemos a todas horas con estos aparatos de supuesta tecnología y progreso. El número que aparecía en la pantalla no tenía la clave local, no lo reconocía, además eran las ocho de la mañana, ¿quién necesita oír mi voz a estas horas?, y otra cosa, ¿para qué traje el celular al baño? Lo ignoré, pero el sonido del timbre apareció por tercera vez, apliqué la sabiduría popular: la tercera es la vencida, y si está vencida hay que apiadarse de la derrota de los otros, perdí el sentido nietzscheano que va más allá de la perdición de los demás. Contesté de mal humor, con las palabras estreñidas. "Bueno, ¿quién habla?". Un silencio desconcertante. Colgué, mejor dicho, apachurré el botón de finalizar llamada. Intenté concentrarme de nuevo en mi actividad matutina. Y de nuevo el teléfono. Esta vez inquirí más extensamente. "Sí, ¿a quién busca? Por favor deje de estar molestando, son cuatro veces las que me ha marcado, ¿qué quiere?". Una voz femenina respondió "Buenos días señor Carlos, le estamos hablando desde las oscuras tuberías de esta ciudad, queremos informarle que sus deshechos se han ido acumulando en una de nuestras salas de espera, usted puede pasar a recogerlos desde el día de hoy a partir de esta hora, le agradeceremos que pase lo antes posible ya que el espacio que ocupa su mierda y orines genera un gasto de almacenamiento de dos mil pesos diarios, la dirección le llegará en un mensaje posterior, por su atención muchas gracias". No pude evacuar, estaba sorprendido por esta llamada, qué gente más extraña, ¿realmente había alguien que se dedicaba a juntar mis excrecencias para después entregármelas todas juntas? Entonces pensé en el infierno católico y todo tuvo sentido.

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