jueves, 7 de agosto de 2014

  Sombreando en San Nicolás Obispo, debajo de un árbol recostados, viendo las mil y una posibilidades del verde que rodea a la ciudad del monótono humo. Contando historias improvisadas y desgajando al mundo-tierra-planeta en una frase, lo subterráneo de nuestras pasiones florece anaranjado, las nubes son cuentos, el golpe de realidad en los pulmones, respirar con todo el cuerpo, la circulación de la sangre alborotada, el curso del agua, el rocío de la mañana, la vida que pasa misteriosa en un insecto, geometría de colores, vacas, becerros, toros, pajaritos, San Isidro, el más niño de los santos. El señor que es dueño de la milpa de al lado se nos acerca amistoso, habla de su pueblo y de lo rápido que pasa el tiempo, de la flor de calabaza, de estos cerros que se resisten a la calvicie del progreso. Se despide de nosotros, "Voy a seguirle", y se va. Ya en la plaza del pueblo preguntamos por comida y encontramos los restos de un mercado. La piña nos guiña el ojo del antojo, un cuchillo y una banca, el dulce sabor del regreso.

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