miércoles, 19 de noviembre de 2014

Carta sobre Morelia

Ya que te fuiste desde muy pequeño, conoces Morelia apenas por habladas y noticias más o menos creíbles, ¿qué edad tenías, tres años?, bueno, no te fuiste, te llevaron, en fin, voy a contarte de la ciudad donde naciste, para que ahora que regreses las cosas no te sean tan ajenas y desconocidas.

(Una descripción a mi manera)

A veinticinco años de distancia la mancha urbana no sólo se ha extendido sino que ha devorado el poco verde que quedaba alrededor, también los cerros han sufrido el paso de los años y de los hombres, son desgajados por las máquinas cual si fueran montañas de nieve de chocolate; grava, arena y otros minerales que desconozco son extraídos de estos gigantes que allende nos vigilaban y protegían de los ventarrones. Así pasa en la salida a Quiroga, aunque ahora te suenen extraños los nombres, ya te llevaré por ahí para que veas de lo que te hablo.

Te estoy contando de afuera hacia adentro, no quise empezar por el centro porque de él no hay mucho qué decir, ya llegaré a esta parte de todos modos, la catedral le hace cosquillas a los turistas. Los fraccionamientos se reproducen como conejos, el Libramiento ha dejado de ser el límite de la ciudad desde hace mucho tiempo, ya no es una vía rápida, para nada, a cada rato le están haciendo modificaciones con la intención de que fluya el tráfico, pero esto no sirve, hay demasiados carros, todo es lento, no es que esté en contra de los automóviles pero es demasiado humo para este rancho hipertrofiado. Morelia, ciudad de estacionamientos.

Regreso a los fraccionamientos de los que te hablaba antes, éstos tienen nombres como Vida Feliz, Rincón del Campo, Paraíso de las Flores y otros eufemismos cartográficos. En realidad sólo son un montón de casas iguales, la urbanidad se fue al carajo, el ayuntamiento da permisos para construir a diestra y siniestra. La gente que nos gobierna tiene un cacahuate en el cerebro y otro en el... Casas y más casas, lo que se conoce como la selva de asfalto, nuestra Ciudad de México chiquita, pequeñita, pero con más ratas que en el cuento El flautista de Hamelín. Ya sé,  la CDMX es única, para ti, que vives allá, para nosotros, los de acá, sólo significa el viaje obligatorio para tramitar la visa a los Estados Unidos.

Y la raza que vive en estos "complejos arquitectónicos" tiene que bajar diariamente al centro a trabajar, ya te imaginarás el desmadre, el embotellamiento, tú sabes de eso mejor que yo. Siempre al centro histórico de la ciudad de Bombelia, así le digo desde que mi amigo Alí bautizó de esta manera a la capital de Michoacán de los Hervores, también le queda Morguelia. ¿Recuerdas que en 2008 hubo un atentado con granadas? Fue durante las celebraciones de la independencia, creo que hay una placa en el lugar, ya la verás.

Regreso al punto álgido de esta urbe, el centro. Además de los miles de carros con su conductor solitario, están las rutas de combis y los camiones que pasan necesariamente por aquí, también los taxis, cientos de compañías de taxis, camiones-combis-taxis. Contaminación exacerbada, los árboles bien gracias. Te quiero ver por la avenida Madero a las tres de la tarde, hermosa experiencia local. Tal vez estoy siendo muy negativo, déjame decirte que la cantera rosa ya no huele tanto a meados. Está bien, la catedral, el palacio de gobierno y el Clavijero, el colegio de San Nicolás, iglesias, muchas iglesias, San Francisco, santos, muchos santos, el Mercado de Dulces (que debería llamarse el mercado de fayuca), el Conservatorio de las Rosas, la Casa de la Locura _(con todo y su Quijote de chatarra), el acueducto grafiteado, olvidados museos, arte y cultura hasta la sepultura. En fin, palacios, casas hechas de piedra rosa, no es tan fascinante como quieren creer los adoradores de la arquitectura colonial, ¿o sí?

Esa avenida Madero que mencioné, atraviesa el centro de oriente a poniente, o al revés, es tu bronca, ahí, en su cruce con el acueducto, están Las Tarascas, mujeres sin sostén que cargan una charola gigante con frutas. No hay un lugar para que pasen las bicicletas, lo digo porque sé que te encanta pasear bici, ¡ah! sí, acaban de pintar una raya verde que nadie respeta, le llaman ciclopista.

Lo que sí hay son muchos jóvenes, hombres y mujeres de todo el país estudian aquí, se engañan pensando que triunfarán; además de la UMSNH (Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo) hay como quince universidades más, privadas, claro, caras,  "porsupuestamente".

Para terminar esta carta (¡cómo la hago de epístola!), que tal vez te confunda más que orientarte, voy a hablarte de lo que a mí más me gusta de Bombelia. En el mercado de San Juan, que también está en el centro, pero en las orillas de mugre, venden unos jugos de ochos pesos la copa. Cualquier fruta que se te ocurra es hecha zumo ahí, riquísimos, tú mismo los combinas a tu antojo. Abren a las seis de la madrugada y todavía los encuentras si llegas antes de las tres de la tarde. Los mercados, en general, me gustan mucho, te gustarán, especialmente el del domingo, le dicen el Auditorio, venden cada porquería que da risa, aunque hay buenos libros.

En el centro existen bares-centros culturales-restaurantes-salas de conciertos, los nombres más representativos acá te los doy: Cactux, tiene buen ambiente y a veces te puedes ir sin pagar; Mechuacan, aunque cierran temprano la terraza está ideal para las infidelidades, la comida es la mejor y la más barata de este pueblo modernizado; La Pulke, que más parece una casa que un bar, sin embargo y con cebolla, los tacos están para chuparse los dedos; Giraluna, pequeño tugurio para tirarle la onda a tus conquistas frustradas.

El centro, además de estacionamientos exclusivos, tiene cantinas para regalar, oxxos hasta en las coladeras, pseudo policías que te preguntan a cada raro "'todo bien?". Cuando llegues te llevaré a San Miguel del Monte, donde hay un mezcal excelente, adelante, no muy lejos, se come muy rico con Doña Servín Romero. El río, las cascadas, los toques de mota que nos fumaremos, la sonrisa de los que viven en la montaña, entonces te darás cuenta porqué no me he largado de aquí. 

Siempre tuyo, Caliche Caroma.

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