lunes, 20 de noviembre de 2017

Una cada seis horas y otras genuflexiones epistolares

1. Malditos aquellos que no le bajan de claras al turrón, los zancudos sufren de insomnio, la escritura automática encierra grandes misterios que sólo los psicoanalistas compran, cuántos sueños aplastados contra la pared de la cocina, en la esquina está la tienda y los viernes venden bollos, pero el horno no está para latas de atún, si no ve a nadie regresamos más tarde. Atentamente, mamá.

2. Hermano, sé que andas en madriza por lo de tu trabajo, pero ya terminé mi tratamiento de ketorolaco y aún me duele machín, los hombres también lloran, necesito algo de queso para las quesadillas, ¿tienes algodón de azúcar? Te lo pago, sí me urge, no tiene que ser un chingo, haz paro, ¡potasio, pariente!, el spleen moreliano amenaza con no irse, agudo como el dolor, por ahora no puedo ser flâneur, arrastro mis pies hasta el baño, es lo más lejos que ha llegado este saco de sangre y carne remendada. Quedo al pendiente de la tuya respuesta.

3. Cada vez que los monstruos lloraban con ese llanto de venas cortadas, él se asomaba al balcón y preguntaba la hora. La pequeña medusa arrojaba guijarros al espejo. Para escuchar el siguiente mensaje, marque 7.

4. Cerrado de por vida, descansamos los lunes.

5. Le escribió tantas cartas de amor que sus obras completas se llamaban Servicio Postal.

6. Epístola en un recipiente de vidrio que navega a la deriva, pedimos auxilio a los abismos.

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