lunes, 10 de diciembre de 2018

Caliche Caroma y la retórica de un poeta

Por: Jorge Arturo Reyes

Gris es toda teoría, 
y verde el árbol de oro de la vida.
Goethe

Sentado junto a una piedra caliza, sin charanda, dando pasos del verso propio al verso ajeno, esta tarde pronuncio palabras para evocar la obra de Caliche Caroma, específicamente, el libro de Morguelia, sol negro de la poesía michoacana que el día de hoy nos convoca en este hermoso teatro, Ocampo de mis amores.

Caliche, amigo de letras y andanzas literarias, de madrugadas con sueños insomnes y dramas no consumados; es un gusto bárbaro estar aquí, en esta mesa presentando tu más reciente material, es tanta la emoción que hasta me peiné como lo haría un vero poeta, también lo hice por nuestra hermandad compaginada en Diablura ediciones y porque alguna vez, al igual que tú, quise titularme en la Facultad de Filosofía.

Sabes, tampoco tengo dinero para resucitar a los muertos, creo que por eso escribimos poesía equiparable a un réquiem de cantina; a letras sin corona pero con harto cempasúchil y mezcal, porque como bien dices: No hay avenida que no lleve al panteón. Y es que como poetizó Efraín Huerta:

…el alba negrera se mete en todas partes:
en las raíces torturadas, 
en las botellas estallantes de rabia,
en las orejas amoratadas, 
en el húmedo desconsuelo de los asesinos, 
en la boca de los niños dormidos.

Y en ti Caliche, la rabia se metió en tu escritura, en nuestros corazones y en el rostro de la vida. Tu rabia es contra la formalidad, la academia recalcitrante y la monotonía escritural, tus textos son crónica de vida hablando más allá del temblor de un verso sencillo, como muestra simple el título de tu libro, Morguelia, mezcla implícita de dos sustantivos donde escribes una declaración de amor y odio cifrado a Morelia, oculto como la rabia que sientes contra el que margina, contra el leguleyo y el espía de la muerte.

Miedo, en este país todos tenemos miedo. Todos, menos aquel que trae consigo la ventaja de su intuición poética, del lenguaje que todavía no se ha privatizado en la moda y en los premios literarios; del lenguaje que anuncia a los hombres del alba, a esos infrarealistas que siguen dando cuerda para ahorcarnos con su hilo poético o mejor aún, con su recuerdo cálido: Ramón Méndez, aprovecho este acto para decirte que seguí tu consejo, me conseguí una novia y me casé con ella; todo antes de que la nada nos ahogue en el vértigo de la eternidad, en los andenes de su arte poética.

Caliche, por ti supe que aún se escupe en la escalera y el pasamanos donde Ocaranza maldijo tantas veces, que en Villa Madero venden tacos de ubre y que aún se conserva la costumbre de ver al Colegio de San Nicolás como en el hígado de la ciudad de Morelia. Caliche, por ti supe que

La poesía está envenenada como el agua de los 
ríos que nacen en las nubes, y nos llueven 
poemas que deshacen nuestras camisas de fuerza 
La poesía tiene venas hinchadas, testículos negros; 
rasurada la poesía, comezón a todas horas
Poesía venida y arrastrada, los mercados con sus
Nerudas, Cernudas, frituras, fritangas, pasta dura
Los poetas huelen a sangre de zancudos, decir es
que este líquido rojo alguna vez fue poesía.

Porque en tu palabra está el pensamiento, el otro y también el símbolo muerto. La lucidez de la indignación entregada al verbo, al lector capaz de ponerse la capa del escepticismo académico. Entonces, Caliche, antes de que revientes de ira, alcohol o palomas, a lo michoacano, sigamos hablando de la poesía y que Sergio Camacho nos ayude con Foro 4, así confirmamos que lo único que en realidad nos pertenece son los huesos y la carne, ambos en peligro constante, en medio de un mar de oficios y voces inocentes donde la identidad es líquida y la violencia sistematizadora es el lado moridor de la realidad, todo en nombre de la democracia y el libre mercado que estrangula a la palabra que denuncia, porque hoy en día, respirar no está de moda.

Entonces, Morguelia es un libro que está numerado como un espejo de encanto diabólico y sueño multiplicado en la geometría de la enajenación, a lo largo de él eres capaz de engendrar una espiga de dolores y esperanzas, haciéndonos saber que somos como tú, una fe de erratas:

Soy una fe de erratas
Dios es mi corrector de estilo
Mala sintaxis mi existencia
El perdón demasiado tarde

Al otro día cuando nadie lee
Aparecen las letras pequeñas
En la página tal, donde dice…

En el principio fue el verbo mal conjugado
Pero se fue a impresión sin revisar
Por eso tengo acentos donde no
Le faltan preposiciones a lo que soy.

Y ¿qué eres?, ¿qué somos?:

Residentes de Morguelia, el país de las rodillas satánicas, donde Beethoven le habla al río Cupatitzio mientras bebe charanda sobre una piedra caliza; porque la soledad no sabe de nacionalidades, migra, pasa de cuerpo en cuerpo, de ciudad en ciudad, de verso en verso, todo hasta llegar a la oscuridad de Heráclito, a la genuflexión verbal, al Quijote que pelea con libros a pesar de que sabe que perderá; no obstante, Caliche, esta tarde te doy el triunfo literario.

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