lunes, 10 de diciembre de 2018

Temerse a sí mismo o mi primer encuentro con Cronenberg-Ballard

Tengo borrosa la fecha exacta, según yo corría con prisa 1996, a mis trece años de edad era ya un asiduo asistente a las salas cinematográficas; en aquel tiempo, Cinépolis era Organización Ramírez y había permanencia voluntaria, es decir, pagabas para ver una película y te podías quedar a verla otra vez o, como hacíamos mis hermanos y yo, te pasabas a otra sala sin que los acomodadores se percataran de esta acción y, así, tenías la oportunidad de ver otros éxitos de Hollywood.

Aunque "Aladdín" se estrenó en 1992, años después la seguían pasando en los cines. Fue la primera que vimos, lo mejor de esa animación era el genio color azul. Cuando comenzaron los créditos nos salimos sigilosamente hacia el corredor de las salas, estábamos en el Plaza Morelia (hoy Escala Morelia), el que está cerca del Palacio del Arte. Entramos a la otra función, una película de Chuck Norris, no sé cuál, y no importa, todas las historias en donde sale este leñador karateka siguen la misma trama: él se retira a algún lugar porque ya no quiere pelear, sucede algo que lo obliga a defender a alguien y entonces regresa a las andadas. Madrazos y barbas.

Todavía podíamos ver una más, siempre se puede. Mismo procedimiento. Esta última sala estaba casi vacía, eramos como doce personas, mis dos hermanos, Josué y Giovanni, se quedaron dormidos. No recuerdo la hora exacta, pero eran más de las nueve de la noche. Desde la secuencia de apertura quedé atrapado. La película se llamaba "Crash", en los subtítulos ponían "Extraños Placeres".

En la primera escena aparecía una pareja follando en un hangar, luego vendrían más escenas de sexo mezcladas con choques automovilísticos, cicatrices y travestidos. Mi encuentro con David Cronenberg y J. G. Ballard. El director canadiense había adaptado el libro del escritor inglés, ambos le estaban dando una gran lección al pequeño Caliche Caroma. Ahí estaba yo, con una erección algo culpable, pues había mucha violencia mezclada con lo sexual, además Elias Koteas, que interpreta a Vaughan, no tiene pene, razón por la que utiliza sus dedos como miembro viril. En fin, perturbación a manos llenas.

He visto "Crash" como unas diez veces, en diferentes etapas de la vida prestada que soy. Cada vez que la veo me provoca los mismos estados alterados, primeramente me excito, luego siento ese miedo que provocan en mí los autos, la velocidad y las grandes carreteras, al final me quedó con esa sensación de abandono, sobre todo con la última parte del largometraje, en donde Deborah Kara Unger, quien le da vida a Catherine, está recién accidentada y James la penetra junto al carro volteado y humeante. Sí, el filme habla de mí, de mi oscuridad, de lo terrible que soy, a pesar de ciertos destellos de luminosidad que veces me acompañan, también las negras sombras y los callejones sin salida son parte del que aquí escribe.

Estoy de acuerdo con Marco Aurelio Denegri cuando dice que conocerse a sí mismo es la cosa más aburrida, pero no está de más saber algunos detalles de nuestro ser-acá. Quien se conoce a sí mismo, se teme así mismo. Con la película de Cronenberg pude darme cuenta, a mis trece años, que no soy una persona normal, y eso me gusta mucho, pero debo tener cuidado, no quiero que me digan pervertido, ¿o sí?

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