jueves, 9 de octubre de 2014

Adicción-contradicción

  La mayoría de las personas se acerca a los maestros para aprender a hacer las cosas bien, su método, lo correcto del asunto; yo lo hago para entender la psicología perversa del maestro, eso que no enseña pero que es lo más importante, su defectos. Cuando otros evitan los lugares oscuros yo me planto en ellos, como planta de sombra, a la espera de que algún delincuente me cuente su historia, buscando ser un escritor al margen, en la supuesta contracultura (¿?). Voy a los diplomados, no por el diploma sino por el café y las galletas, hago preguntas que ni yo entiendo, presumo de autores que no he leído. En los supermercados las muestras gratis son mis favoritas, apoyo a los tenderos del barrio que venden los mismos productos porquería. Y a la hora de hacer el amor yo prefiero el sexo, sin condón, me arriesgo porque no le temo a las ETS. Hay tantas cosas en las que busco ser diferente que termino siendo igual que la mayoría, porque en esta vida lo que abunda es el cinismo vulgar, la barata hipocresía del desenfado colectivo. Entonces me doy cuenta de mi error y trato de ir a la iglesia, poemas de amor, monogamia, el título académico, la camisa y la corbata, el trabajo asalariado. Nada de esto me convence. Prendo la televisión y veo a los niños en Medio Oriente, cómo están muriendo, pobrecitos, me conmuevo a pesar de los gritos de mis sobrinas que están en la cochera solas, nadie les hace caso, ¿por qué no se callan y me dejan escuchar? Salgo a la calle a reflexionar sobre lo mal que este mundo va.

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