jueves, 29 de diciembre de 2016

Nació bajo el signo de Saturno, pero nunca se suicidó

Su problema era el fatalismo, un recurrente y negativo pensamiento giraba alrededor de él, un satélite oscuro que a veces se convertía en nube y, otras, en pájaro. Desde pequeño, cuando entendió que nacemos para morir, le pareció absurdo aferrarse a la existencia; como adulto, sabía que el sentido era algo artificial, como el sabor de los chicles o el pelo de la rubia de la esquina. No le gustaban los niños, no tenía jardín, leía lo indispensable. Sentía que la muerte se iba apoderando de él poco a poco, como en una clepsidra, lentas gotas le anunciaban el inevitable fin que no llegaba. Todos los días se miraba en el lugar común del espejo y cada vez encontraba menos razones para peinarse o lavarse los dientes, no era hipocondría sino un desasosiego que le venía de fábrica. Y se movía, con embargo. Salía a la calle con el presentimiento de que no regresaría a su casa, de que algo malo (más malo que seguir viviendo) pasaría. Lo único que deseaba con entusiasmo era el fin, para su desgracia tenía una salud inquebrantable, sobrevivía con lo mínimo, parecía que el universo y todos los dioses que lo habitan se burlaban de él, así lo creía, incluso escuchaba las risas, alguna locura lo habitaba. Insufrible y melancólico, así se consideraba a sí mismo, un moribundo con corbata que no aguantaba el nudo en el cuello, pero que no hacía nada para apretarlo más. Se lamentaba de su condición humana en el silencio de su alcoba, lloraba y envidiaba a los insectos que sólo están unas cuantas horas y después desaparecen, lanzándose violentamente contra el foco caliente del cuarto. Y a pesar de estas fúnebres consideraciones, vivió hasta los noventa y ocho años, se fue en una de las últimas madrugadas de diciembre, mientras soñaba con caballos y cuernos. Tardaron dos semanas en encontrarlo, el olor lo delató. Cuando vecinos y policías vieron el cuerpo que yacía en la cama se sorprendieron mucho, una gran sonrisa se dibujaba en ese rostro hinchado y putrefacto, parecía que estaba feliz de estar muerto, por fin.

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