jueves, 24 de abril de 2014

  Sonaba un son lento y aburrido cuando comenzó la pelea. Mis mejores golpes en su cara, volaron los tarros con cerveza artesanal, cara y pretenciosa cerveza que venden unos hijos de su culturalosa madre. Uno tras otro como un púgil profesional, los golpes animaron la noche, nos separó el dueño del lugar. Días después los moretones hicieron su aparición, la sangre molida, el mole de guajolote y el recuerdo de Maples Arce, qué tiempos aquellos en los que no había nacido, todo tiempo pasado fue, porque las peleas hacen que uno recuerde. Regresé al antro de la pelea, esta vez había salsa y cumbia y ruido, gente fea sintiéndose bella, es la oscuridad. El refrigerador estaba ahí para ser violado, lo violé. Regalé libros y cigarros, me corrieron por dormir y cuando ya daba por terminada la aventura, un alma caritativa, un pan de dios, me dijo que tenía una bicicleta esperándome. Me fui en ella, me fui durmiendo en ella, cuando desperté el tobillo ya no estaba en su lugar. Una semana de dolor que comparto con Cristo, mi vecino atropellado.

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