martes, 3 de junio de 2014

  Bajando al sótano sin cuenta voy, a ciegas numéricas, siempre hacia abajo, yendo por el camino equivocado del gerundio, y seguí-sigo-seguiré, soy la conjugación del terror. Lo correcto no es de mi incumbencia, la palabra incumbencia es un tanto cacófona y jurídica; un tanto es un algo mucho pero moderado, véase la palabra avalancha, un francés que tiene chance, la oportunidad de salir de París en un alud hacia América. Estoy cayendo en el rancho nómada de mi imaginación, soy un rural de la fantasía y hay colgados en los árboles de la brecha. Mientras bajaba pensaba en todo lo anterior y en todo el porvenir, en lo que soy, en el cúmulo de recuerdos que se amontonan en lo profundo de mi cabeza, o en medio de este corazón colesterol, o en esa cosa metafísica llamada ser, en Galia, Alemania, pensaba que pensaba y estaba sumergiendo pisadas en un charco poco profundo. Esta escalera hacia abajo no tiene fin, he visto a Beatriz, quien vive en el infierno del cielo invertido, me ha dicho que yo no soy poeta, que soy un consumidor de pomadas para la micosis, que soy un enfermo en picada, un mole de olla sin invitados. Así de mal caigo yo.

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