lunes, 7 de julio de 2014

La auto-conmiseración en vez del simple pero complejo acto del trabajo

  Mamá, soy tan obvio en esto del hambre. Papá, hubieras hecho algo de tu vida, hubieras hecho algo de la mía, tal vez tirarme al río sucio del olvido, nadie llora la muerte de un esperma. Mediocre cadena de la existencia pobre en la que participo día a día, las más de las veces quisiera no despertar, seguir en la pesadilla, ahí no hay hambre, lo que hay es un ave negra que devora mis intestinos una y otra vez, me angustio en el sueño pero no hay dolor, no hay promesas. Soy un eslabón que concatena nada, pero ustedes no tienen la culpa, ustedes leen o ignoran esto, y si lo leen ¿qué más da? La culpa la tiene el cristianismo y sus reverberaciones, la culpa es mía por haber sido monaguillo de la mentira, mi situación, mi circunstancia, mis falsas esperanzas escritas en una carta a los reyes magos de la comida; cuando era niño quería ser abogado para ayudar a los necesitados, quería ser médico para curar a los enfermos, cuando era niño quería ser tantas cosas menos esto que soy ahora. Las obligaciones fisiológicas me hacen consumir la última papa del frigorífico desconectado por falta de luz, la esperanza remota de una limosna, el cese del deseo, ¡basta ya! Voy al baño a oscuras, mancharse los pantalones, masturbarse en un rincón, volver a mancharse los pantalones, la última verdura que no es verde engaña al hambre que no miente, mi estómago es el multifamiliar de las lombrices. Ni televisor para empeñar, ni un miserable radio en donde digan la miserable hora, cada quince minutos una voz alegre repite la canción de la desesperación, son lo vecinos que me recuerdan lo bien que están ellos. El miedo a la acción corroe mis ganas, mi fracaso al no poder cortar mis venas, colgar mi cuello, tomar veneno. Suicidio, torpe suicidio, mejor saco a pasear al perro que soy, mejor asalto una tienda, mejor secuestro, mejor sigo escribiendo enunciados que no hacen daño. Mejor le doy un beso al espejo que sí tengo.

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