martes, 29 de julio de 2014

¿Por qué no me visitan las luciérnagas?
¿Hay algo que las asusta?
¿Serán las luces artificiales que iluminan mis vergüenzas?
Todavía guardo el frasco de la infancia donde las hacía presas,
aún tiene la sangre fosforescente de su angustia.
Eso es, fue mi violencia, mis ganas de tortura.
Quiero pedirles perdón,
decirles que lo siento,
que también carezco de alas,
que me han aplastado,
desangrado varias veces.
Y he cambiado, eso creo.
Pero ya no vienen a mostrarme su inocencia.
Me han dejado con mi ausencia.

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