martes, 11 de febrero de 2014

Está cerca y sin cercas

  La montaña está cerca, vamos allá, a lo mucho veinte minutos. Pero no estará ahí por mucho tiempo, ¿o si estarás? No estará ahí para todos, sólo estará para unos cuantos, estará siendo destruida poco a poco, vampiros capitalistas que somos. La mayoría de las personas, los más, lo impersonal de la mayoría, olvidamos que debemos proteger nuestras zonas verdes, hablo como si fuera profeta ecológico, como si supiera de lo que hablo, me han dicho que quieren matar a la montaña, hacerla casas y centros comerciales, que sea rentable. Es el mal retórico del la civilización. La civilización de lo desierto está comiéndote las faldas y chupa velozmente tu sangre-agua, montaña, tú no necesitas una mayúscula, tus sustantivos son sencillos, no personales, sí brutal como fuerza incontrolable pero admirable, sube y baja, anda agachado, tienes que mojarte, botas y chamarra, los caminos que se inventan una y otra vez, las espinas para la falta de atención, la telaraña y el hoyo misterioso y profundo, ahí se bifurca, una barranca, una piedra como huevo prehistórico. La montaña está triste porque lo urbano se aproxima, pero está firme a pesar de esto. Mahoma, no la molestes, ¿qué te hace la montaña? Te hace feliz, purifica el aire contaminado de tu aliento, baños de cerro para cualquier enfermedad de espíritu, la montaña está cerca y es tuya y es de nadie, para qué esas cercas en la montaña, para qué poetas en la montaña, para qué. Para ver, para amar, para escribir, para vivir. Un millón de verdes, no el verde sino los verdes, muchos verdes que se sobreponen unos a otros, unos fuertes, otros suaves, aquellos de allá son casi azules. Y de repente, un rojo, un pájaro amarillo, un venado, una serpiente acuática que le enseñó a Cristo a caminar sobre las aguas.

  Río a Túmbisca, desviación a Ichaqueo, cuál agarrar, decidir, la democracia no sirve en el bosque, perderse también se puede, perderse también se vale, árboles, caminos de arrieros, caminos de brea, se me cayó el celular, sigue, no pares, río abajo, río arriba, la creciente que arrasa con todo, despeña la peña la piedra hacia ti, ten mucha viveza no te vaya a partir la cabeza en pedazos, aquí no hay farmacias, ten cuidado, en San Miguel hay mezcal, la tienda azul con su banca por fuera, la señora Servín Romero se ríe porque nos acordamos de su nombre y nos burlamos del edificio inclinado que demuestra la falta de pericia de unos ingenieros ebrios y los malos negocios del gobierno. Cae la tarde, nos despedimos con muchos tragos de mezcal, adiós, hasta luego, buenas tardes, buenas noches, cuánto le debemos, a ver, qué y qué fue. Las luces nefastas de la ciudad aparecen, allá un semáforo, se acerca un niño al carro, ¿le limpio el vidrio?, pregunta a nuestro conductor, ¿le limpio el vidrio?, ¿de dónde eres?, de allá arriba, ¿de San Miguel?, sí, está cerca, bien cerca.

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