viernes, 21 de febrero de 2014

Lodo y angustia

  Veo los ojos grises que me miran tristes, camino por la avenida del Progreso, parece que la gente ha llorado mucha sangre por estos lugares, cansados, tal vez, de estar parpadeando para que no se haga costra, rotos los ojos que me miran y el maldito Carlos Cuauhtémoc Sánchez se cogió a su princesa mientras yo escribía esto en mi cabeza, porque también hay escritos mentales como hay fotografías mentales. Filosóficos mirares por estos andares, ojos que me hablan con las intermitencias del silencio frío de la incertidumbre, enfermedad que ha atacado a todo el mundo, y los veo y me mortifico. Su mirada es una canción fúnebre, siniestra, es la mirada de la calle, de la multitud que corre desordenada aparentando que tiene algo por hacer. Cuando digo calle no me refiero al animismo. Recuerdo que cuando hay vidrios las moscas parecen tontas y ahí perecen, en el cementerio del reflejo de luz. Las moscas y la gente o las gentes y la mosca, la sintaxis del desdoblamiento es la angustia, no Agustín sino la angustia, esa que corre por los caminos subterráneos de cualquier ciudad, la que acompaña a los pedazos marrones y a las ratas enormes que a veces se dejan ver, pero no en los ranchos románticos de los truenos y gritos. Es mi hombro angustiado, mi cabello en mi hombro, porque tengo el pelo largo y mi pelo toca el hombro que es mío y es ella, la angustia. Tengo miedo. La Muerte me angustia, la comida me angustia, la televisión me caga y ahora estoy sucio y angustiado. Hay muchas i griegas, ya lo he dicho en otras lápidas desordenadas e intempestivas, más allá de los cementerios literarios estoy yo, angustiado, ojalá que haya imitadores de Alá, para que no se angustie mi tío. Sé que es mi muerte y que mi tío acaba de ser deportado de los Estados Unidos de América, sé que es mi muerte porque es mi vida y no hay otra cosa más segura que un pellizco. Le pregunto a mi tío sobre los dólares que trajo pero no trajo nada. También sé que nada me pertenece y que hay estados más unidos en América que los que están en el norte, la existencia es una palabra-puente y mi tío la cruzó por debajo, por el río cochino de mierda y angustia y ratas y muertos mojados. Dicen que ni los perros se arriesgan tanto, ¿qué palabra no es puente y por qué odiamos tanto a los perros? Los ojos grises y tristes ya no miran el hombro, la boca ya no habla porque le falta la lengua. Ahora el macho silencio le ha hecho el amor a la femenina nada. De lodo estoy hecho, no me eches agua, no tanta agua, tierra en los ojos mezclada con agua, quiero ser barro, adobe. Ladrillo, pero soy fango de pantano podrido.

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