jueves, 2 de abril de 2015

Justicia literaria

  Estaba completamente seguro de que era algo de rutina, una revisión tranquila, se salvaba de ésta, a huevo, por un toque no se lo iban a llevar. Error total. Los policías le ordenaron que se volteara, lacónicos. Sólo una revisión y ya, el pacheco confiado en sus elucubraciones, prenda mental que tiende a lo falible. Juicio de valor: no hay nada peor que alguien seguro de sí mismo. Recordó aquellas otras ocasiones similares, no es lo mismo pero casi, siempre la libraba. En cuanto puso-pusieron su cara contra la pared sintió el metal frío de las esposas en sus muñecas, apretadas, como DVD. No hable cabrón, cállese pendejo, ya se lo cargó la chingada, imperativos categóricos. Octavio Paz, así les dijo que se llamaba. Muy chistoso, así que eres muy culto, nosotros somos Carlos Pellicer y Xavier Villaurrutia. Muy mal le quedó el infundio poético referencial. Chale Jefe, haga paro, pidiendo clemencia hasta las lágrimas, falla otra vez en el intento histriónico. Se le quitaron las ganas de dar referencias literarias, mejor el lenguaje popular. Estos policías sí leían, las estadísticas se equivocan. Te vamos a dar tu poesía, unísono judicial. Lo llevaron a un lote baldío, lugar común que se extingue en las ciudades. La golpiza que le propinaron fue terrible, sangre con mocos, moretones, un diente menos. Para que aprendas a respetar a la autoridad, a chingar a su madre, si te volvemos a ver por aquí te va a ir peor. El infierno de Dante pero de puros madrazos, lección sociocultural. Doloroso regreso a casa, magullado como aguacate de supermercado, sin ganas de fumar mota ni de hacer chistes. Ahora, enterado de la noticia, platica: los policías sí leen, no mames, a Paz, Neruda, Pessoa, Huerta, saben un chingo. Los policías sí leen y, tal vez, hasta escriben.

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