jueves, 24 de mayo de 2018

Fuchi, adiós

Hoy se fue uno de los grandes, Fuchi, mi hermano peludo, compañero explorador, pretexto de muchos textos, can fiel de una inteligencia que ya quisieran varios humanos; murió casi de quince años, de los cuales trece de ellos los pasó junto a mí.

Lo conocí en 2005, nos encontramos en la Chapultepec Sur, yo caminaba de regreso a Prados Mueres y el perro blanco con manchas cafés salió de no sé donde, me olió y decidió adoptarme. Caminamos juntos por colonias morelianas hasta llegar a la casa, parecía que ya tenía todo planeado; le puse Fuchi porque así le dije en esa caminata primera, "¡Fuchi, hazte para allá!", pero se quedó, hasta la noche de hoy, dos de enero de 2018.

No fue necesario utilizar correa con él durante largo tiempo, sabía cruzar la calle mejor que yo, sólo en los últimos momentos de su existencia tuve que ponerle una, después de que sufriera un colapso rectal que lo mandó a la lona, además de que perdió gran parte de su visibilidad; aunque viejo, seguía haciéndola de emoción, todavía era el rey del barrio y los perros de raza aria lo odiaban por su porte orgulloso de mestizo cósmico.

Todavía lo veo entre los borrachos de la colonia Industrial, el escuadrón de la muerte le agarró mucho cariño, Fuchi salía a dar sus largos paseos, en uno de estos se encontró con los beodos urbanos, le decían "Payaso" o "Manchas", ellos le daban vino y él no se negaba, ¿a quién le dan pan que llore? Llegaba crudo a la casa y una vez durmió dos días enteros, cuando despertó bebió tanta agua que los gatos no alcanzaron de la bandeja de dos litros que compartían con el perro.

Recorrió la ciudad entera con sus cuatro patas, desconocía los límites, fue un perro feliz, estoy seguro de eso; algunos aseguran que lo vieron en Colinas del Sur, detrás de una perrita negra; otros, que andaba por el Estadio Morelos, buscando un hueso enterrado por él mismo tiempo atrás; llegué a encontrármelo en el Centro, paseando los domingos junto a los bicicletos y las niñas en patines.

A ambos nos gustaba andar de pata de perro, el olor de las hembras y las peleas (que perdimos la mayoría de veces); con él se va parte de mi alegría vital; hoy me quedo a esperar mi turno inapelable. Seguramente Fuchi andará ya en otro plano oliendo rabos metafísicos, sacando la basura de los fantasmas y ladrando mi nombre, en espera de que unos de estos días regrese a pasear con él. Te quiero, mi amigo, te voy a extrañar mucho.


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