jueves, 24 de mayo de 2018

Máquina de refrescos

He estado dándole vueltas y torceduras a algo, me refiero a la dramatización de la existencia accidentada, que es mucho decir; hay personas que sufren más, lo que está después de mucho, y no se andan quejando en este muro de las lamentaciones virtuales, como yo.

Acicalando los porqués de mi escribiduría, a propósito del qué pasó, en el casi de los cas(z)os, ollas, el sartén por el mango de la vividura, pensé, pero quería decir "pienso", el hacer. Gripe de escribir casi todo lo que me pasa, casi, no todo, es reconstruir-miau, con sus plus (más menos), aquello que me atraviesa provoca interjección muda pero no invisible, así me desdoblo y le saco brillo al recuerdo, a veces hay autobiografía fantástica, a veces nel, me parte la madre, doy fe.

Como si esto fuera un paralelepípedo que siente, por otro lado, y aunque salgan mal las cuentas, el regresar a lo que ha sido se convierte en un aliviane (¡plumas!) y descender así, con menos miedo, tiento hacia el impacto equilibrista. Me duele menos si le pongo letras, creo.

El choque, las influencias, la corrupción, el descaro, la estupidez, la ira, el trayecto, radiología, el engaño, la factura, los gritos, el hospital civil, llanto-llanto-llanto-vómito, trámites, huelgas medias huelgas, el museo del horror de la planta baja, los guardias que hacen su chamba, la larga fila a las seis antes del moridiano, fin de semana, la muerte de la señora ¿justo? frente a la cama de mi madre, la cama sin sábanas recién parida la muerte, incluso, aceite de almendras, el colchón quema la espalda, el robo del carro, y lo que venga, viene y vendrá, se transforma, lo pesado ya no lo es ahora que lo veo después.

Ahora que lo veo, después.

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