jueves, 24 de mayo de 2018

No todos los perros se parecen a su dueño, texto de Livier Fernández Topete sobre Morguelia

Tampoco todos los libros a sus autores; pero Morguelia sí se parece a Caliche, es un poemario con su buena dosis de ironía, de seriedad, de trivialidad, de belleza y de monstruosidad, por eso se acomodó tan bien en la colección Santoinfierno de Diablura Ediciones. 

Si los libros son habitaciones que forman parte de la casa de sus autores, Morguelia es una casa en el Centro Histérico de esta ciudad, hecha de fría cantera pero llena de cálidas plantas, de puertas altas por donde cualquiera podría pasar, oscura pero de ventanales por los que irremediablemente se cuela la luz; este libro es una casa con su patio central para la fiesta, con su fuente de agua bailoteando al ritmo de un son michoacano. 

Si los libros son universos compartidos entre sus autores y sus lectores, Morguelia es un cosmos multicolor, de planetas que son mercados, de cometas que son combis, de agujeros negros que son cadáveres, de estrellas que son muchachas morenas, de astros que son espejos que se ríen de nosotros, de galaxias que son espejos afónicos que como reflejo nos regresan sólo el silencio burlesco de quien lo mira todo, del que todo lo sabe pero nada comparte, salvo el triste reflejo de los gestos. 

En sus imperdibles 85 páginas, te encontrarás con pesadillas en rosa, con universidades que celebran su suicidio con fuegos artificiales, con automóviles inteligentes que colisionan contra el muro del progreso, con segundos que se rebelan contra la tiranía de los relojes, con textos pastiche, con genuflexiones verbales de todo tipo: de la sabiduría popular, del sentido común, de más por menos, de la misantropía, hallarás narcopesía y la puesía en su Manifiesto Sipuesista te encontrará a ti. 

Si te decía que este perro sí se parece a su amo, es porque verás cierto descuido intencionado en su pelaje, gracia en su andar, ritmo en su cola, hambre de justicia en el hocico, olor a mierda y también a rosas en la nariz, rabia y ternura en los ojos. Este libro sí se parece a su autor porque además de los textos autobiográficos, te toparás con la congruencia de que es capaz, con la contradicción pero con la autocriticidad de quien se incluye entre este resultado de años y años de exposición a la cantera, al aguacate y a la mentira. 

Morguelia sabe que estamos parados sobre un cementerio de casi dos mllones de kilómetros cuadrados; que compartimos un duelo que parece no ceder por familia, amigos, conocidos o desconocidos que se perdieron y se siguen perdiendo en este país de altos contrastes. 

Morguelia es esta ciudad-nación depósito de cadáveres, pero como cantaría Mecano y a la usanza del mexicano: no es serio este cementerio, música, sarcasmo y folklor al descubrir sus versos. 

Si los libros son árboles, Morguelia es un Persea americana, mejor conocido como aguacate; de hojas brillantes por el verdor de sus ideas, de cremosos, versátiles y deliciosos frutos, de ramas bien entintadas por los frescos dibujos de Sebastian Portillo; árbol de tronco macizo que se presenta solo; árbol que no tiene empacho al hablar desde su raíz-lugar de nacimiento: Caliche entre digresiones, reflexiones, chascarrillos, versos y prosas de la mejor hechura; como su portada lo anuncia, hace también reverencias aforísticas a un rey descerebrado, que no piensa, que por cabeza presume una flor de apariencia bella, dulce y perfumada, a un monarca entronado, genuflexiones a un tirano de sexo erecto, con las siempre ganas de cogernos a todos; su nombre es Morguelia, sus apellidos revuelven las letras de sus gobernantes junto con las de sus habitantes.



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