jueves, 24 de mayo de 2018

Gossypium noctis o el Flaco Rabelais

El hombre, parado frente al espejo, separa las semillas de los meses: junio, octubre, diciembre, aunque parecen, no son los mismos, cada uno de ellos tiene su propio proceso de desgranado, hay que tener cuidado con la bisinosis, respirar es importante. Al final, la fibra blanca aparece y los recuerdos están listos para arroparnos.

Las imágenes del campo algodonero convierten en niño, otra vez, a Juan García Chávez. Sus abuelos son las estrellas que acompañan al satélite natural cargado de luz solar, con la luz que no es suya pero ilumina el montículo que cuida Juan, no vaya a convertirse el trabajo de tantos días en "Algodón de luna".

Flaco perro callejero, fajado como los meros machos, con lentes, plumas en el bosillo de la camisa y un libro como mejor amigo, Juan García Chávez se sumerge en los misterios de la cantera. Desde 1974 llegó a estas tierras y aún anda por ahí escarbando preguntas en las bibliotecas, hurgando entre los pliegues del haber sido.

Nació en Gómez Palacio cuando corría el año de 1957, pero algo ha pasado con esa tierra que lo cubrió de algodón lunar; difuminados, los paseos infantiles aparecen con signos de interrogación: "ciudad donde quedó mi niñez/niñez lejana que poco recuerdo".

Quizá ocurrió que tanto lo atrapó Morelia, que él la convirtió en su ermita, Juan es un fraile, pero muy al estilo de Rabelais, detrás de su quijotesca figura vive un gigante insaciable: "Camino la ciudad cuadrada/oblicua con mi inseparable/sombra/con ella vago como/un ermitaño aspirando/la pátina rosa que empaña/un diálogo de campanas".

"Algodón de luna", así se llama el libro que se terminó de imprimir el 15 de octubre de 2016 en los talleres de la Impresora Gospa; el prólogo lo escribe el filósofo Marcos Edgardo Díaz Béjar y las atinadas ilustraciones, así como la portada, son de Pedro López Cortés. 500 Ejemplares de esta edición que estuvo al cuidado de Carmen Mireille y su enjuto autor.

El poeta me obsequió su poemario para que poetizará mis noches con su lectura, para que escribiera sobre su poética mirada. Poema, poeta y lo poético. Juan García Chávez, todo un personaje desde esta óptica que desgastan los años y que provocan las erratas que tan humanas son: "Juan has envejecido/no eres ya el niño mayor/quien en la olla de barro/menea/menea y menea/el atole para sus hermanos".

Dividido en dos, Algodón de luna y Niña yacente, el libro tiene 34 poemas ilustrados con dibujos en tinta negra. La primera parte, homónima y nostálgica, nos muestra a un Juan García Chávez chamaco, no por la edad, sino por su juego de saltar sobre los siglos, sí, ya son plural, aunque el poeta no es tan viejo como los cerros y los abuelos, el ir y venir lúdico que añora: "abuela siempre presente/de mis recuerdos del ayer".

La otra parte, la de la pequeña enterrada en algún oscuro pensamiento, contiene poemas eróticos. Por esta razón cachonda decía yo que Juan García Chávez me parece muy cercano a Rabelais; en el magro fraile hay algo perverso que contagia y uno quiere acompañarlo, de noche, por esos callejones donde el poeta rindió pleitesía a la vulva del amor: "brisa nocturna que galopa/en nuestras desnudeces/donde queda/y ahonda la sustancia/gemas moribundas/caídas en tu sexo/sexo plegado al sendero/que ya no camino".

Finalizo estas palabras a propósito de "Algodón de luna" con una oración que todos deberíamos entonar, más en estas fechas donde el frío nos acaricia las entrañas, algo de calor y poesía para saborear la fugaz sazón de los días: "Ruega por el atole/ruega por los roscos/ruega por los tamales".

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